De niña solía decir que algo no me gustaba, incluso sin haberlo probado antes, solo por su apariencia o aroma. Uno de esos fue el pozol, simplemente decidí que no me gustaba y por muchos años nunca lo probé, hasta que en una salida de campo uno de los guías lo llevaba como desayuno. Además era del agrío, ese que toman acompañado de chile habanero. En uno de los descansos después de caminar un rato entre monte y potreros, nos paramos a tomar agua, el guía saco su pozol y nos ofreció. Fue la primera vez que probé la bebida de mis ancestros, luego se burlaban de mi porque hice caras (suelo ser expresiva no lo puedo evitar). En realidad cambié de opinión respecto al pozol, me gustó su sabor y aunque no es mi bebida favorita disfruto de tomarla en algún momento.
Después de aquella ocasión he probado algunas cosas más que en mi infancia decidí no probar, como el nance, ahí si no he cambiado mucho de opinión, aunque puedo comerlo en caso de que me lo ofrezcan. Ahora me gusta descubrir sabores nuevos, aprendí que a veces la apariencia engaña, y a veces no. Cuando algo se ve mal y huele mal es mejor no averiguar a que sabe. Los peores tragos me los he llevado por no hacerle caso a mis sentidos.
Hace unos días probé un fruto que en toda mi vida había probado, es del género Annona, primo de la guanábana y el saramuyo, conocido en el sur de México como polbox, es rico como sus parientes. Me gustó descubrir un nuevo sabor, también recordé que aún no he probado muchas cosas porque de niña decidí que no me gustaban. Sería interesante averiguar de que me he perdido todo este tiempo.
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