Los días en la ciudad pasan en un parpadeo, todo es prisa incluso donde vivo, una ciudad bastante pequeña en comparación con otras ciudades. En la naturaleza, en cambio se respira la calma.
Si la eternidad existe debe de ser como un bosque o una playa desierta, el tiempo se detiene en esos paisajes. Por eso amo regresar ahí aunque sea por unos momentos, es como si regresara a mi misma, un descanso de la rutina y el bullicio.
En casa tengo un pequeño jardín, me rescata cuando ir al campo o a la playa no es posible, suelo levantarme a las primeras horas de luz, caminar entre las plantas, revisar cómo van creciendo, nutrirlas, echarles agua. Cuando me doy cuenta ya ha pasado medio día, pero no importa he estado en mi propio espacio de eternidad.
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