El paisaje se construye desde adentro.

Aline Petterson

lunes, 25 de septiembre de 2017



Esta tarde salí a caminar por el sendero que bordea el lago, dejé la cámara porque quería ir ligera, aunque al mirar la tarde por la ventana imaginé unas fotografías preciosas. No me equivoqué. 

Estoy segura de que las imágenes más hermosas que hemos visto alguna vez en nuestra vida no están fotografiadas. Y así, vi un atardecer acuoso, sin horizonte, el cielo se mezcló con el agua como en aquel tiempo antes de la creación que narra el génesis. Vi los rayos del sol filtrándose entre las ramas de un sauce sobre la calle y ese juego de luces de sombras que simplemente te deja sin aliento. También vi a una mujer sumergirse en el lago, jugar con el agua, el placer reflejado en su rostro en una sonrisa amplia e inocente. Momentos bellos que se quedan en la fugacidad del instante.

Al igual que con las imágenes, existen versos que no pertenecen a un libro o a una hoja, es esa que se queda en el aroma de los pinos, robles y cedros. Es la que sigue la línea abrupta de las rocas y se disuelve en el lago. Es la que cae con la hoja sobre el césped, se esconde en los recovecos de los troncos con las ardillas y despide la tarde con el canto melancólico de los pájaros. Esos versos pertenecen a la eternidad, nos besan los ojos, nos hablan a escondidas, cuando la mirada está atenta y la piel dispuesta a desnudar nuestro corazón.

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