Desde los 15 o 16 años, tuve curiosidad por el hombre y por la
diferencia entre el hombre vestido y el hombre desnudo; el hombre tal como es y
el hombre tal como se muestra en público, e incluso tal como se mira al espejo.
Todas mis novelas, toda mi vida no han sido más que una búsqueda del hombre
desnudo.”
Georges Simenon
I
¿Quién eres cuando duermes?
Junto a la máscara, los sueños:
voces mudas del día.
Ignoramos la verdad para asirnos a nuestros
miedos profundos,
acumulamos deseos bajo la manta que cobija
nuestro cuerpo.
En el espejo encontramos nuestro sueño,
rostros distorsionados por la mirada
primeriza.
Tus ojos, la
ventana a mí misma.
Sostengo la mirada
sin recato,
te encuentro en el
silencio incómodo
que acompaña
nuestro reconocimiento.
Te veo tras el
misterio sensual donde escondes tu desnudez.
II
Escribo,
no es mi piel quien se exhibe,
es algo más, es el abismo,
la noche donde guardamos el rostro original,
el barro que compone nuestros huesos.
Éramos niños
cuando aún jugábamos a la orilla del mar,
el aroma de los
establos impregnaba los viajes por carretera.
Dedos llenos de
chocolate, nuestros labios henchidos.
En el asfalto se
quedó el viejo juego de inventar canciones,
en el mar los
castillos que construimos en la arena.
El presente es un verso que se reinventa cada
día,
es una palabra desnuda e irreverente.
III
Me gustan los locos,
no se preocupan por la desnudez,
no saben de vestidos, ni de posturas.
Irrespetuosos,
sin el mítico dilema de ser,
habitantes del nunca jamás.
Te miran a los ojos sin temor,
te aman sin pedir permiso,
arrebatan horas muertas para convertirlas en
sonrisas
y te desnudan con una canción.
Su hogar es una fábula escrita en una noche de
viaje a las estrellas.
IV
No hay nada más desnudo que un bosque,
sus caminos descubren nuestros pasos,
sus aromas se impregnan en la piel,
atraviesan nuestros ojos
se quedan en la memoria.
Aromas a madreselva, savia,
almizcle.
Un bosque es intensidad,
arrebato,
claroscuros sin retorno.
Las hojas
acumuladas en los senderos
reflejan los rayos
del amanecer,
el aleteo
repentino de un ave rompe el murmullo del viento,
aquí el tiempo se
detiene,
aquí no soy más,
pues le
pertenezco.
V
En la intensidad del río confluimos,
intentamos traspasar los límites
y nos perdimos en el abrupto choque de
nuestros cuerpos,
con la efímera sensación de eternidad
que el oleaje intenta recordarnos.
Desvístete antes
de sumergirte en el agua,
deja a un lado las
heridas y los temores,
deja que la piel
sea el puente,
el lenguaje,
el punto de unión.
VI
Leer al otro,
es encontrarse con la mirada que adornan sus
ojeras,
con sus manos estrujando de nuevo la hoja,
su voz incorpórea,
transparente.
Es escuchar sus silencios
y reconocerlo en los tuyos.
Es encontrar alguien afín,
un cuerpo cuyo calor transciende el tiempo,
el deseo,
lo irreal.
Leer al otro es asirlo a través de la mirada
escrupulosa,
a veces para amarlo,
otras para desdeñarlo.
El rechazo es aquella vergüenza
después del paraíso.
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