El paisaje se construye desde adentro.

Aline Petterson

miércoles, 15 de julio de 2015

El joven de las manos inquietas


Nació en los primeros días de lluvia, no pasaban las 10:00 de la noche, entonces un rayo atravesó la cabaña en el preciso momento en que su madre lo paría. Cuando la comadrona lo tomó entre su brazos para limpiarlo, el bebe agarró uno de sus dedos y lo sujetó con tal fuerza, que la comadrona tuvo que llamar a su ayudante para no lastimar sus pequeños dedos. Desde el primer día de su vida reconoció el mundo a través de sus manos. Eran sumamente inquietas, sujetaban perfectamente el pecho de la madre, tocaban y tiraban objetos como si el conocimiento se absorbiera a través del tacto. Y lo absorbía todo, al año ya tomaba con cuidado la cuchara y empezó a garabatear sus primeros trazos. El día de su cumpleaños número dos en un acto de ensimismamiento convulsivo el pequeño dibujó de manera impecable el primer regalo que le hicieron: un carrito volquetero. En ese mismo año descubrió como tallar madera, para susto de la madre al descubrirlo, cogió una navaja y empezó a darle forma. Primero fue la silueta, un esbozo de lo que sería, con los días detallo las patas, las garras, la cabeza, terminó con un par de ojos grandes y fijos. Al final, fue la copia fiel de su gato blanco y bizco que lo seguía por doquier.
Así, el niño se convirtió en joven, a su paso dejó incontables historias de su increíble prodigiosidad con las manos. Pues sus manos amaban, amaban con ansía y sin reparo toda superficie. No obstante pese a esas manos sabias, aquel chico solo vivía para descubrir el mundo a través de ellas, rara vez se fijaba en las personas, su atención siempre iba pues a las sensaciones que experimentaba. Ávido de experiencias nuevas, no solo aprendió a pintar y a esculpir madera, barro o metal; también aprendió a tocar la guitarra, luego el violoncelo, el violín y la trompeta. Y hubiese seguido a más, si no fuera porque se apasionó con el sonido de la guitarra eléctrica.

Aquella mañana de su cumpleaños número 14 cuando entró a la tienda de instrumentos musicales, la vio. Estaba en el exhibidor, blanca como una virgen, brillante. No dudo ni un segundo de tomarla entre sus manos y llevársela a sus dominios. Ese mismo día al atardecer, el barrio se llenó de un sonido agudo y melódico, mientras él se elevaba cada vez a lugares que jamás pensó sentir. Desde entonces paso cada cumpleaños tocando esa guitarra mágica, de vez en cuando iniciaba una experiencia nueva, tallando  alguna madera o pintando el brillo de las olas al atardecer, las sombras de la selva al atardecer, el vuelo precoz de algún pájaro. Muchos lo llamaron raro por ser solitario, pocos veían el brillo de locura en sus ojos, llamado pasión y casi nadie aquella dulzura en su mirada cuando trabajaba en algunas de sus obras o cuando en alguna noche lluviosa y de relámpagos, reescribía en el cuerpo de su mujer la poesía del corazón.