El paisaje se construye desde adentro.

Aline Petterson

viernes, 22 de noviembre de 2013

Ese oscuro objeto del deseo




"No sé quién inventó los tacones altos, pero todas las mujeres le debemos mucho."
Marilyn Monroe

Hace poco un par de situaciones tragicómicas me hicieron recordar esa escena de Quién mato a Roger Rabbit (1988), donde Jessica Rabbit canta de manera sensual, Why Don´t you do Right. Según recuerdo, la escena inicia con su voz de fondo y en un movimiento lento deja entrever, tras el telón, su pierna izquierda y sus pantorrillas ataviadas con unos preciosos tacones rojos.

De esa película me gustó la combinación de personajes reales y animados, de los cuales Jessica Rabbit destaca por su caracterización de femme fatale con un cuerpo exuberante. Se dice que su personaje fue creado a partir de las características principales, de tres actrices famosas de la época de oro del cine estadounidense: Verónica Lake, Lauren Bacall y el símbolo sexual de los 40´s Rita Hayworth.

¿Y porqué recordé a Jessica Rabbit? En realidad fue esa escena con sus tacones rojos y su relación con algunas situaciones tragicómicas donde el papel principal lo protagonizaron mis tacones. Y es que, los tacones para fortuna o desgracia, forman parte de nuestra vida. Son objetos que poseen una fuerte carga erótica, estilizan la figura y nos hacen ver “bellas y elegantes”. Además ¿A qué hombre no le gusta ver a una mujer con tacones? Y la pregunta del millón ¿A qué mujer no le gusta sentirse admirada? El asunto con los tacones, es que gracias a ellos nuestro andar se acentúa, semejando el movimiento de un péndulo, lo cual tiene un efecto visual hipnótico. Si además le asociamos que los tacones “alargan las piernas, resaltan los glúteos y el busto; dando un toque estético, elegante y femenino”. El resultado es una mujer-imán, una mujer que irradia seguridad y sensualidad.

En estos términos, Jessica Rabbit es la representación de la mujer sensual que todas llevamos por dentro (o queremos llevar). Y los tacones son ese objeto de deseo de hombres y mujeres. Más que un objeto banal, los tacones son en realidad un símbolo del poder sexual de la mujer.

Sin embargo no todo es así de bello y elegante; la otra cara de usar tacones, la muestra Rosario Castellanos en su libro Mujer que sabe latín (1972):

… “La mujer bella se extiende en un sofá, exhibiendo uno de los atributos de su belleza, los pequeños pies, a la admiración masculina, exponiéndolos a su deseo. Están calzados por un zapato que algún fulminante dictador de la moda ha decretado como expresión de la elegancia y que posee todas las características con las que se define un instrumento de tortura…”

Mucho se ha escrito sobre el efecto negativo de usar tacones en la salud de la mujer y el costo que conlleva. A pesar de ello, esa sensación de poder que otorga el saberse sensual y femenina suele ser más fuerte. Quizá es por esa misma razón que Marilyn Monroe acostumbraba visitar a un zapatero para que cortara un centímetro de uno de sus tacones y así, lograba obtener un movimiento más acentuado de sus caderas. Marilyn disfrutaba usar tacones y representar la imagen de mujer sensual, al grado de ser esclava de esa misma imagen y que, irónicamente, aun después de su muerte sigue viva.

Pero ¿Qué pasa cuando usar tacones deja de ser un acto sensual y se convierte en un episodio del programa de comedia de las tardes o en la pesadilla en la calle del infierno? La mayoría de las mujeres tenemos en nuestro historial anécdotas relacionadas con los tacones, en lo personal no soy la excepción. Además, también he hecho todo lo posible por sacar la Jessica Rabbit en mí. Sin embargo, andar en tacones no es precisamente mi estilo, así que he sido protagonista no de escenas sensuales, sino de escenas dolorosas y cómicas.

Una de ellas ocurrió una mañana soleada, bastante aburrida. Traía mis tacones favoritos, con la altura justa para mi comodidad. Regresaba de la tienda y me dirigía a la oficina, de pronto vi aparecer a lo lejos un tipo guapo. Decidida a hacerle la competencia al pavo real más osado, empecé a contonear las caderas delicadamente y con cierto disimulo. Estaba concentrada en no perder el movimiento sensual de mis caderas, cuando se me va de lado el pie y escucho un ¡crack! cerré los ojos y me preparé mentalmente para continuar mi camino arrastrando el pie, disimulando lo del tacón, pero fue una labor bastante difícil así que opté por arrancar el tacón y seguir al estilo sube y baja el resto del camino. Eso si, esbozando la mejor de mis sonrisas.

Definitivamente querer ser Jessica Rabbit y tener diferentes actividades cotidianas, es siempre un reto. No es nada fácil correr bajo la lluvia, con dos bolsas encima y un par de zapatillas mojadas. Y en más de una ocasión he bajado del auto rumbo a la puerta de mi casa, con los tacones en la mano. Entonces es cuando me pregunto ¿Cómo se vería Jessica Rabbit sin tacones? O mejor aún ¿Es Jessica Rabbit esa femme fatale que aparenta? Quien ha visto la película sabe que tras esa mujer aparentemente frívola, existe una mujer sensible a su entorno, amorosa y delicada. Que se ríe como enana de los chistes de Roger Rabbit.

No soy de las que dicen no a los tacones, aunque tampoco me apuntaría a una carrera de lucha contra el cáncer en tacones, aun cuando se trate de 50 metros. Más bien hice una especie de tregua con ellos: pueden ser ese obscuro objeto del deseo, solo si no superan los diez centímetros de altura.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Fotografías de una noche azul



Parece un llanto, un grito en medio de la noche, un adiós. Nos vamos todos, dicen y solo la música queda, eterna, parecida a un intenso temblor, parecida al impulso que nos revive y sin embargo eterna...

jueves, 7 de noviembre de 2013

FAUNA URBANA

Entonces el amor insondable, indefinible, 
parecido al sonido del mar en sus tardes apacibles. 


Aún todo es penumbra,
alguien camina solitario, por las calles
de una ciudad dormida.
Algunas luces se prenden desde cocinas
que inician su día de labor, sin el aviso
de los gallos, su canto no se escucha
en la ciudad.


A veces se escucha el de las aves,
perchadas sobre los arboles de las avenidas
o de esas casas antiguas con patios grandes,
de  parques con viejos ficus,
flamboyanes y cedros.


La ciudad lentamente despierta con
el pleito callejero de los gatos,
el ladrido de un perro a las sombras,
el eco que van dejando los murciélagos
en su regreso a la oscuridad de un edificio abandonado.
Despierta con tu voz, grave y matutina
cobijada por mi cabello.
Ningún hábitat es tan diverso
que aquel en el que te encuentro.