El paisaje se construye desde adentro.

Aline Petterson

jueves, 31 de mayo de 2012

Un sofá rojo...



Recién terminé de leer una de esas novelas que suelen hablar del amor imposible en un mundo custodiado por las reglas de una sociedad de doble moral. Esas historias siempre tienen un hechizo en mí. Soy irremediablemente romántica. Pero no es del libro del que quiero hablar, ni del amor. Si no de mi sitio favorito en casa, donde leo, duermo, pienso, lloro, tiemblo, sueño y hago el amor. Ese lugar para descansar. Lugar de tránsitos. Íntimo y público a la vez. El sofá.

El sofá en mi infancia, rojo como el de los Simpson, nunca fue el punto de encuentro de una familia común y corriente. Era más bien un sitio de soledades, de sueños o de encuentros amorosos. Solía pasar las tardes durmiendo la siesta en él, después de llegar de la escuela y haber comido lo que encontrara en la cocina. En ocasiones cuando mamá estaba en casa, generalmente los fines de semana,  me recostaba en él y le pedía a ella que me acariciara el cabello mientras charlábamos de algún chisme familiar o de esos amores insufribles que acompañaban mis desvelos. Ahí leí mis primeros libros. Y aprendí que los besos con clorets saben deliciosos. Ese sofá acogió nuestra infancia y la vejez de mi abuelo. 

Han pasado muchos años desde entonces, aun sobrevive en casa de mis padres, igual de rojo que la última vez, pero con nuevas vestiduras. En mi nueva casa, es otro sofá el que acompaña mis lecturas ahora. Las noches de duermevela, una copa de vino tinto y las escrituras esporádicas suceden ahora ahí. Lugar de mas de una tarde dormilona tirada a pierna suelta con los ojos cerrados y escuchando un buen blues.  

No guarda los aromas de mi infancia, pero tiene la intimidad de mi vida adulta. Es parecido al otro sofá. De estructura de madera y cojines, pronto le cambiaré la vestidura, supongo que esta demás decir que color elegiré.